"El
gradualismo", escribió el paleontólogo Stephen J. Gould, "la idea de
que todo cambio debe ser suave, lento y estable, no brotó de las rocas.
Representaba un sesgo cultural común, en parte una respuesta del liberalismo
del siglo diecinueve para un mundo en revolución. Pero continúa coloreando
nuestra supuestamente objetiva lectura de la historia… …La historia de la vida,
como yo la leo, es una serie de estadios estables, matizado por raros
intervalos con grandes eventos que suceden con mucha rapidez y ayudan a
establecer la siguiente era estable." Mi punto de partida, y no soy el único
que tiene este supuesto, es que, al final del siglo veinte, estamos atravesando
uno de esos raros intervalos en la historia.
Un intervalo caracterizado por la
transformación de nuestra "cultura material" por obra de un nuevo
paradigma tecnológico organizado en torno a las tecnologías de la información.
Por
tecnología entiendo exactamente lo que Harvey Brooks y Daniel Bell, "el
uso de un conocimiento científico para especificar modos de hacer cosas de un
modo reproducible" Entre las tecnologías de la información yo
incluyo, como todos, el conjunto convergente de tecnologías en
microelectrónica, computación (máquinas y software),
telecomunicaciones/transmisiones, y la optoelectrónica. En suma, contrariamente
a otros analistas, también incluyo en el reino de las tecnologías de la
información a la ingeniería genética y su creciente conjunto de descubrimientos
y aplicaciones. Esto es, primero, porque la ingeniería genética se ha
concentrado en la decodificación, manipulación, y eventual reprogramación de
los códigos de información de la materia viviente. Pero también porque, en los
90s, la biología, la electrónica, y la informática parecían estar convergiendo
e interactuando en sus aplicaciones y en sus materiales, y, fundamentalmente,
en su aproximación conceptual, un tema que merece más que una mención en este
capítulo. Alrededor de este núcleo de tecnologías de la información, en el
sentido amplio que fue definido, una constelación de importantes rupturas
tecnológicas han tenido lugar en las dos últimas décadas del siglo veinte en
materiales avanzados, en fuentes de energía, en aplicaciones médicas, en
técnicas de manufactura (existentes o potenciales, como la nanotecnología), y
en la tecnología de la transportación, entre otras. Por otra parte, el actual
proceso de transformación tecnológica se expande exponencialmente por su
habilidad para crear una interfaz entre los campos tecnológicos a través de un
lenguaje digital común en el que la información es generada, almacenada,
recuperada, procesada y retransmitida. Vivimos en un mundo que, siguiendo la
expresión de Nicolás Negroponte, se ha vuelto digital.
La
profética optimista y la
manipulación ideológica que caracteriza la mayor parte de los discursos sobre
la revolución de la tecnología de la información no debe llevarnos
equivocadamente a desestimar su verdadera significación. Es un evento histórico
tan importante, como este libro tratará de mostrar, como lo fue la Revolución Industrial
en el siglo dieciocho, induciendo un patrón de discontinuidad en la base material
de la economía, la sociedad, y la cultura. El registro histórico de las
revoluciones tecnológicas, tal como fuera compilado por Melvin Kranzberg y
Carroll Pursell, muestra que todos se caracterizan por su penetración en
todos los dominios de la actividad humana, no como una fuente exógena de
impacto, sino como el género con el que esta actividad está tejida. En otras
palabras, están orientadas según
procesos, además de inducir nuevos productos. Por otra parte, y a
diferencia de cualquier revolución, el núcleo
de la transformación que estamos experimentando en la revolución actual refiere
a las tecnologías del procesamiento y
comunicación de la información. La tecnología de la información es para
esta revolución lo que las nuevas fuentes de energía fueron para las sucesivas
Revoluciones Industriales, desde la máquina al vapor a la electricidad,
combustibles fósiles, e incluso la energía nuclear, desde que la generación y
distribución de la energía fue el elemento clave subyacente a la sociedad industrial.
Sin embargo, este planteo acerca del rol preeminente de la tecnología de la
información es frecuentemente confundido con la caracterización de la
revolución en curso como esencialmente dependiente de nuevos conocimientos e
información. Esto es cierto en el actual proceso de cambio tecnológico, pero
también lo es para las revoluciones tecnológicas precedentes, como es
demostrado por los principales historiadores de la tecnología, como Melvin
Kranzberg y Joel Mokyr. La primer Revolución Industrial, si bien no tuvo bases
científicas, se apoyó en el uso extendido de la información, aplicando y
desarrollando conocimientos preexistentes. Y la segunda Revolución Industrial,
después de 1850, estuvo caracterizada por el rol decisivo de la ciencia en
incentivar la innovación. Por cierto, los laboratorios de investigación y
desarrollo surgieron por primera vez en la industria química alemana en las
últimas décadas del siglo diecinueve.
Lo
que caracteriza la revolución tecnológica actual no es la centralidad del conocimiento
y la información, sino la aplicación de ese conocimiento e información a la
generación de conocimiento y los dispositivos de procesamiento/ comunicación de
la información, en un circuito de retroalimentación acumulativa que se da entre
la innovación y los usos de la innovación. Un ejemplo quizá pueda esclarecer
este análisis. Los usos de nuevas tecnologías de telecomunicación en las dos
últimas décadas han atravesado tres etapas diferentes: la automatización de
tareas, la experimentación de usos, la reconfiguración de las aplicaciones. En
las dos primeras etapas, la innovación tecnológica progresó en función del
aprendizaje por uso, según la
terminología de Rosemberg. En la tercer etapa, los usuarios aprendieron la
tecnología haciendo, y
terminaron reconfigurando las redes, y encontrando nuevas aplicaciones. El
proceso de retroalimentación generado entre la introducción de nueva
tecnología, su uso y su desarrollo hacia nuevos territorios se produce mucho
más rápidamente bajo el nuevo paradigma tecnológico. Como resultado, la
difusión de la tecnología amplía sin límites el poder de la tecnología, al ser
apropiada y redefinida por sus usuarios. Las nuevas tecnologías de la
información no son simples herramientas para ser aplicadas, sino que son procesos
para ser desarrollados. Usuarios y hacedores pueden llegar a ser la misma cosa.
Por tanto los usuarios pueden tomar el control de la tecnología, como en el
caso de Internet (ver capítulo 5). Luego sigue una estrecha relación entre los
procesos sociales de creación y manipulación de símbolos (la cultura de la
sociedad) y la capacidad para producir y distribuir bienes y servicios (las
fuerzas productivas). Por primera vez en la historia, la mente humana es una
fuerza productiva directa, no solo un elemento decisivo del sistema de
producción.
Por
lo tanto, las computadoras, los sistemas de comunicación, y la decodificación y
programación genética son todos amplificadores y extensiones de la mente
humana. Lo que pensamos, y cómo lo pensamos, es expresado en bienes, servicios,
output material e intelectual, ya sea comida, refugio, sistema de transporte y
de comunicación, computadoras, misiles, salud, educación o imágenes. La
creciente integración entre mentes y máquinas, incluyendo la máquina ADN, está
cancelando lo que Bruce Mazlish llama la "cuarta discontinuidad"
(entre humanos y máquinas), alterando fundamentalmente el modo en que nacemos,
vivimos, aprendemos, trabajamos, producimos, consumimos, soñamos, peleamos, o
morimos. Por supuesto los contextos culturales/institucionales y la acción
social intencionada interactúan decisivamente con el nuevo sistema tecnológico,
pero este sistema tiene su propia lógica enclavada, caracterizada por la
capacidad de trasladar todos los inputs en un sistema común de información,
y de procesar esa información a una velocidad creciente, con poder creciente, a
costo decreciente, en una red de recuperación y distribución potencialmente
ubicua.
Hay
un elemento más caracterizando la revolución de la tecnología de la información
en comparación con sus predecesoras históricas. Mokyr ha mostrado que las
revoluciones tecnológicas tuvieron lugar solo en unas pocas sociedades, y se
difundieron en un área geográfica relativamente limitada, frecuentemente
aislando espacial y temporalmente otras regiones del planeta. Así, mientras los
europeos tomaban prestado algunos de los descubrimientos ocurridos en China,
por muchos siglos China y Japón adoptaron tecnología europea sólo con
fundamentos muy limitados, principalmente restringidos a aplicaciones
militares. El contacto entre civilizaciones con distintos niveles tecnológicos
a menudo termina con la destrucción del menos desarrollado, o de aquellos que
aplicaron su conocimiento predominantemente en tecnología no militar, como es
el caso de las civilizaciones americanas aniquiladas por los conquistadores
españoles, a veces a través de una guerra biológica accidental. La Revolución Industrial
se extendió por casi todo el mundo desde sus originarias costas del occidente
europeo durante los siguientes dos siglos. Pero su expansión fue altamente
selectiva, y su paso lento para los estándares usuales de difusión de
tecnología. En verdad, incluso en Inglaterra para mediados del siglo
diecinueve, los sectores que habían dado cuenta de la mayoría de la fuerza de
trabajo, y al menos la mitad del producto bruto nacional, no estaban afectados
por las nuevas tecnologías industriales. Además, su alcance planetario en las
décadas siguientes adoptó la forma de dominación colonial, ya fuera en India
bajo el imperio británico; en Latinoamérica bajo la dependencia
industrial/comercial en Inglaterra y los Estados Unidos; en el desmembramiento
de África con el Tratado de Berlín; o con la apertura al comercio extranjero de
Japón y China por las armas de los barcos de occidente. En contraste, las
nuevas tecnologías de información se han expandido por todo el mundo a la
velocidad del relámpago en menos de dos décadas, entre mediados de los 70 y
mediados de los 90, desplegando una lógica que yo propongo como característica de
esta revolución tecnológica: la aplicación inmediata para su propio desarrollo
de las tecnologías que genera, conectando al mundo a través de tecnología de la
información. Seguramente hay grandes áreas en el mundo, y considerables
segmentos de la población desenchufados del nuevo sistema tecnológico: este es
precisamente uno de los argumentos centrales de este libro. Además, la
velocidad de la difusión de la tecnología es selectiva, tanto social como
funcionalmente. Los tiempos diferenciales para el acceso al poder de la
tecnología por parte de las personas, los países y las regiones son una fuente
crítica de desigualdad en nuestra sociedad. Las áreas que están desconectadas
son cultural y espacialmente discontinuas: están en las ciudades del interior de
Estados Unidos o en los banlieues franceses, tanto como en los pueblos
de chozas de África o en las paupérrimas áreas rurales de China o India. Sin
embargo, las funciones dominantes, los grupos sociales y los territorios a lo
largo del mundo están conectados desde mediados de los 90 a un nuevo sistema
tecnológico, que como tal, comenzó a tomar forma sólo en los 70.
¿Cómo
es que esta transformación fundamental sucedió en lo que sería un instante
histórico? Por qué la difusión a través del mundo va a un paso tan acelerado?
Por qué es una "revolución"? Desde que nuestra experiencia de lo
nuevo está moldeada por nuestro pasado reciente, pienso que las respuestas a
estas preguntas básicas podría ser más sencilla con una breve reseña histórica
de la Revolución
Industrial , todavía presente en nuestras instituciones, y por
lo tanto en nuestra mente.
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