En todo ecosistema, los animales cumplen una función determinada y sus acciones están orientadas a satisfacer sus necesidades vitales. Para ello, compiten para conseguir los recursos necesarios, en una constante secuencia de traspaso de energía y nutrición. Sin embargo, cuando poblaciones enteras de animales se desplazan de manera forzosa (producto de otros procesos, principalmente por la destrucción o reducción de su hábitat), la competencia se altera notablemente.
Al llegar nuevas especies a un ecosistema ya establecido y con sus jerarquías claras comienza la carrera por quien consigue más y de mejor manera los recursos necesarios para sobrevivir, proceso que logran solo los más fuertes y aquellos que se acomodan más rápido a las nuevas condiciones.
La pérdida de la variabilidad genética, producto de la paulatina reducción de las poblaciones animales, también influye en la capacidad de supervivencia de la especie. La merma poblacional de una especie deriva en que esta posea menos herramientas para adaptarse rápidamente a los cambios, haciendo a los individuos que lo componen cada vez más vulnerables ante las amenazas naturales y humanas.
Amenazas humanas
En los últimos siglos, la acción humana sobre la naturaleza es la principal causa en la vulnerabilidad o extinción total de algunas especies. El ser humano es sindicado como el gran responsable de la desaparición de muchos organismos, ya que directa o indirectamente los daña, les destruye su hábitat e introduce especies ajenas, alterando drásticamente los ecosistemas.
La destrucción o alteración del hábitat de diferentes especies es la principal causa antrópica (relacionada con el hombre) que provoca la extinción de los animales.
Así, la tala de un bosque, el secado de una zona húmeda, la transformación de vastas superficies en áreas de cultivos comerciales y la expansión de centros urbanos son solo algunas de las acciones emprendidas por el hombre que reducen drásticamente el ambiente natural de muchos organismos.
Estas últimas no logran adaptarse a estas nuevas condiciones de vida rápidamente cambiantes, por lo que pronto comienza a disminuir la cantidad de individuos que componen la población, llegando a límites cercanos a la extinción o posiblemente a extinguirse.
El hombre también ha llegado a transar como mercancía algunas especies animales. Este comercio es considerado el tercer negocio ilegal más rentable, después del narcotráfico y la venta de armas, ya que, al año, genera cifras superiores a los 10 mil millones de dólares. Sin embargo, lo más alarmante tiene que ver con las cifras anuales de especies transadas y estas incluirían el siguiente desglose: unos 50 mil primates, 140 mil colmillos de marfil (de animales como hipopótamos, elefantes y narvales, entre otros), 350 millones de peces tropicales, 10 millones de unidades de piel de reptil, 5 millones de aves vivas y 15 millones de unidades de piel de mamífero. Todas estas mercancías son comercializadas como bienes de gran valor a nivel mundial, pasando por alto todas las leyes existentes sobre protección y tráfico de especies animales.
Muchas de estas especies terminan como mascotas, transformadas en zapatos, bolsos, carteras o abrigos de piel. Incluso, un número no menor muere antes de ser procesado y de ser encerrado jaula, ya que el traslado de su ambiente natural a otro desconocido afecta su comportamiento y funcionamiento orgánico.
La contaminación de los ambientes naturales es otro de los problemas que dañan a las especies.
Muchos animales mueren envenenados por acumulación de sustancias químicas resultantes de algunos procesos industriales, ya que el agua que beben o el aire que respiran contienen altas dosis de pesticidas, petróleo y gases contaminantes, entre otros agentes nocivos.
Algunas desapariciones
Lamentablemente, las paulatinas amenazas que afectan al reino animal han hecho desaparecer durante siglos numerosas especies. Algunas de estas se extinguieron en un pasado lejano y solo tenemos noción de su paso por nuestro planeta a través de sus restos fósiles, de algunos relatos o ilustraciones de la época en la que existieron.
Uno de los casos más populares de extinciones tempranas es la del pájaro Dodo (Raphus cucullatus), el que desapareció durante el siglo XVII. Esta ave, habitante típica de las islas Mauricio, adquirió características bastante particulares: al no poseer depredadores, no tenía la necesidad de volar y, por ende, sus alas se atrofiaron. Además, desarrolló patas musculosas y robustas y se movía con torpeza. Esto último facilitó su captura por parte de los marineros que llegaban a la zona, lo que unido a la destrucción de los bosques que habitaba y a la introducción de especies foráneas domésticas (que pronto se transformaron en depredadores directos) ocasionaron su desaparición definitiva en tan sólo 80 años.
Otro caso emblemático de extinción es el ocurrido con el tigre. Se alcanzaron a conocer hasta hace algunas décadas ocho subespecies de tigre, de los cuales, tres desaparecieron definitivamente: el Tigre del Caspio (Panthera tigris virgata), el de Bali (Panthera tigris balica) y el de Java (Panthera tigris sondaica). Las causas directas de la extinción de estas subespecies fueron la destrucción de sus hábitats, así como también el inicio de una cacería indiscriminada por diversión o para conseguir su llamativa piel.
El Tarpán (Equus ferus) era un animal bastante similar al caballo, habitante de las zonas más templadas de Europa y Asia. De altura más bien pequeña (no superaba el metro y medio) y cuerpo robusto, pasó de ser habitante común de las estepas euroasiáticas a extinguirse de manera total. Esto debido a que se le cazó para evitar el daño a los cultivos campesinos y la cruza con los caballos domésticos. Los últimos ejemplares fueron vistos a fines del siglo XIX.